lunes, 15 de agosto de 2016

COCOS Y CÍA

-¡Joder!, deja ya de defecar y vamos al lío de una vez. Me espetó Fulgencio.
-Cagar, Fulgen, se dice cagar, ¡no me seas tan fino! Le contesté al tiempo que me levantaba los gallumbos y los pantalones después de limpiarme bien el orto con una página del Marca.
Fulgencio Pastor era colaborador de la compañía de Cocos de Sevilla desde tiempos de mi abuelo y había confianza. Él siempre sabía cómo acertar a la hora de cerrar un trato cocotero en cualquier punto del Caribe.
-Ya sabes que estas aguas mal tratadas me sueltan siempre las tripas…, y gracias que me traje del avión la lechuguita. Así llamábamos al Marca porque las once primeras hojas son siempre sobre el Real Madrid y, como en la lechuga, sólo sirven para arrancarlas y tirarlas a la basura. No obstante, yo les di un mejor uso.
Llegamos al hotel de Nagua con la lluvia torrencial en los talones y nos alojamos en habitaciones separadas. Sin duda era un hotel de cuatro cucarachas, una en cada esquina de la habitación. Menos mal que barato sí era, además del único.
La nave donde almacenaban los cocos lindaba con el hotel y tenía un gallo que no dejó de cacarear durante toda la noche y parte del día, por lo que no pudimos casi ni descansar. Claro que ni falta hizo porque después de pasar la noche bailando merengue con varias mulatas y dando cuenta de varios servicios de Ron nos fuimos con nuestras conquistas al hotel y le dimos unos estirones a las sábanas bajo el aire de los mosquiteros, que es como llamaban a los ventiladores de techo en aquel lugar de la República Dominicana.
A media mañana nos dirigimos a la nave de los cocos a hacer el trato. Fulgencio se encargó de catar los cocos y de cerrarlo:
-Bien, cuatro pesos por coco verde y dos pesos por coco marrón, pero además tenéis que regalarme el gallo.
-¿El gallo, jefe? ¿Para qué quieren ustedes el gallo?
-Eso es cosa mía. Me dais el gallo o no hay trato. Yo fruncí el ceño mirando de reojo a Fulgencio.
-¡Vale, vale, llévense el gallo pues!  Salimos de la nave con el trato cerrado y el gallo debajo del sobaco de Fulgencio. 
-¿Se puede saber a dónde vamos, Fulgen?
-Al chiringuito de las peleas de gallos. Si es tan pesado en el ring cómo lo ha sido en la nave la noche pasada, nos puede dejar un dineral en las peleas.
El gallo no resultó ser muy peleón y cayó a los cuatro segundos de comenzar la primera pelea, menos mal que Fulgencio se lo sospechó desde un principio y había apostado todo por el oponente. 
Le regalamos el gallo a la señora del hotel para que hiciera un buen caldo y cogimos nuestros bártulos poniendo rumbo al aeropuerto.
-¡Te olvidas la lechuguita!
-¡Calla, sí, que seguro que tengo que dar un último apretón antes de coger el avión y ya me limpio el culo con la undécima del Madrid!

(Relato para “Cinco Palabras” VOL. V CUARTO AÑO)

Un besote.

Pequi.